Sencilla y profunda
Los adjetivos con los que el Papa ha proclamado
Doctora de la Iglesia a la Patrona de las misiones,
en el centenario de su muerte. Una provocación
para aquellos que se creen sabios e inteligentes
por LAURA CIONI
El pasado 19 de octubre, al iniciarse el vigésimo año de su pontificado, Juan Pablo II ha proclamado solemnemente a santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz Doctora de la Iglesia. Hace sólo cien años que Teresa Martin moría en el Carmelo de Lisieux, un pequeño pueblo de Normandía; en 1925 Pío XI la canonizaba; en 1927 la proclamaba, junto a San Francisco Javier, Patrona de las misiones. En la Carta apostólica del 19 de octubre, el Pontífice, tras haber recorrido las etapas de la vida de Teresa y su doctrina espiritual, que ha hecho de ella una de las maestras de vida de nuestro tiempo, subraya en particular que se declara Doctora de la Iglesia a una mujer, una contemplativa, una joven, y que la influencia de su mensaje ha contagiado a muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo, no sólo a religiosos, sino también a miembros de movimientos eclesiales; no sólo a creyentes, sino a hombres y mujeres de toda condición.
El Papa afirma: «Teresa es una mujer que, al acercarse al Evangelio, ha sabido descubrir riquezas escondidas con esa concreción y resonancia vital propias del genio femenino (...). Con su vida Teresa ofrece un testimonio de la belleza de la vida contemplativa, como total dedicación a Cristo, Esposo de la Iglesia, y como afrimación viva del primado de Dios sobre todas las cosas. La suya es una vida escondida que posee una misteriosa fecundidad para la dilatación del Evangelio, y que llena la Iglesia y el mundo con el buen olor de Cristo. Teresa de Lisieux es, en definitiva, una joven. Ella ha llegado a la madurez de la santidad en plena juventud».
Prueba de la presencia de santa Teresa dentro de nuestro movimiento es la devoción que don Giussani manifiesta por ella, y la recomendación de leer su obra, desnudándola del lenguaje decimonónico para alcanzar el corazón.
«Sin el Carmelo no habría Santa Teresa», con todo aquello que suponía la vida claustral de un pequeño pueblo de una provincia francesa a finales del siglo pasado: don Giussani se expresa así subrayando que una flor, incluso la más fuerte y delicada, nace en el seno de una tierra; que la santidad llegar a ser tal no en la soledad, sino en una morada. Aún más a menudo ha subrayado el valor de la dimensión misionera de todo gesto, hablando de Santa Teresa que, no habiendo salido jamás de los muros de su monasterio, había ofrecido toda su vida por la dilatación del Reino de Dios.
Muchos de nosotros hemos aprendido así, desde jóvenes, el secreto del «pequeño camino», del abandono filial en las manos del Padre, del ofrecimiento de sí en las circunstancias cotidianas, de la dimensión misionera de todo gesto, incluso el más pequeño. Son muchos entre nosotros los que leen los escritos de santa Teresa; tanto así que la muestra del Meeting sobre las fronteras de la clausura, dedicada a la santa de Lisieux, se ha encontrado con muchos que ya la coocíamn y ha convencido a otros de la extraordinaria riqueza de una vida entregada totalmente a Jesús.
Antes de llegar a Roma con motivo de la proclamación como Doctora de la Iglesia, sus reliquias han sido honradas también en Desio, ciudad natal de Pío XI, que escribió sobre ella como «la mayor santa de la edad moderna». Con ocasión de este evento, Vanda y Renato Farina recorren brevemente en una pequeña obra algunas anécdotas de la vida de santa Teresa, recordando en particular su audacia al solicitar de León XIII, en la audiencia del 20 de noviembre de 1887, el permiso para entrar en el Carmelo a la edad de 15 años. Los autores recuerdan después la singular predilección que Pío XI tuvo por aquella a la que gustaba llamar «estrella» de su pontificado: «cándido y celestial meteoro de Lisieux».
También Juan Pablo II ha recordado en un breve pasaje de su Carta apostólica la fascinación que la Santa ha ejercido sobre creyentes y no creyentes: Tenemos a Paul Claudel, que se convirtió la misma noche de Navidad de 1886 en la que Teresa tuvo la que llamó su «conversión», y que dedicó a Teresa de Lisieux una parte de una pequeña obra de 1951, publicada ahora en la colección «Pinnacoli» por las Edizioni San Paolo, en la que recuerda, junto a ella, a otros dos santos franceses cercanos a nuestro tiempo: Charles de Foucault y Eve Lavalliére. Y también tenemos a Joseph Roth, el judío autor de La Leyenda del santo bebedor, la novela ambientada en París y cventarda en al figura de un clochard que tiene que volver a llevar misteriosamente una suma de dinero a la iglesia dedicada a la Santa.
El Papa ha subrayado de muchas formas la peculiaridad de la doctrina por la que la pequeña Teresa ha sido distinguida con el título de Doctora de la Iglesia junto a otros treinta y dos santos, entre los que hay dos mujeres, santa Catalina de Siena y santa Teresa Ávila: la centralidad de la Biblia en su obra,que contiene más de mil referencias explícitas a la Escritura, y, sobre todo, el lugar preeminente que concede, superando algunas vetas de jansenismo presentes todavía en la espiritualidad de final de siglo, a la misericordia de Dios, que cumple la salvbación del hombre mucho más allá de cualquier esfuerzo moralista. En el reciente estudio de Bernard Bro, Teresa de Lisieux, han salido también a la luz la insistencia en la vida trinitaria y la dimensión misionera de pensamiento de santa Teresa.
Quizá es precisamente esta sencillez en el reconocimiento de la paternidad de Dios y en el abandono en sus manos amorosas lo que más fácilmente podemos aprender de santa Teresa, sea cual sea la vocación que vivamos.
En la audiencia a los peregrinos reunidos en Roma con motivo de su proclamación como doctora de la Iglesia, Juan Pablo II ha recalcado: «Teresa, en su sencillez, es modelo de vida ofrecida al Señor hasta en los gestos más pequeños. De hecho, ella escribía: "Quiero santificar los latidos de mi corazón, los pensamientos, las acciones más sencillas, uniéndolas a sus méritos infinitos" (Oración n. 10). Es la misma disposición de espíritu con la que un día se volvió a su maestro y Señor diciendo: "Os pido que seáis vos mismo mi santidad" (Ofrecimiento al Amor misericordioso, Oración n. 6)». Recordando su proclamación como Patrona de las misiones, el Papa observa: «Partiendo del amor que la une a Cristo, Teresa comienza a identificarse con la amada del Cantar de los Cantares: "Llévame en pos de ti". Con una maravillosa audacia y finura espirituales, Teresa hace suyas las palabras de Jesús después de la Cena, para decir que también ella entra a formar parte del gran movimiento a través del cual el Señor atrae a todos los hombres y los conduce al Padre».
Cada uno de nosostros es testigo del mode en que esta oración de Jesus al Padre gha florecido y ha ocupado un lugar central en los últimos años en la palabra de quien guía el Movimiento, como vértice de toda acción y de toda petición a Dios: «Glorifica a tu Hijo ‘...). Esta es la vida eterna: que te conozcan a tí, el único Dios verdadero, y al que tu has enviado, Jesucristo» (Jn, 17,1-3). Más recientemente, en los últimos Ejercicios de la Fraternidad de CL, don Giussani ha unido el tema del misterio de la vida trinitaria con el de la gloria, y lo ha situado como fundamento de la amistad. Creemos que no estamos lejos de la verdad al vislumbrar una ligazón profunda, aunque implícita, con la totalidad de ofrenda de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. 
(Traducido por Belén de la Vega)